ALAMEDA DE PARRAS |
UN
EJEMPLO DE VIDA
Mi
nombre es María.
Quiero comenzar desde mi nacimiento; yo
nací en 1949, a mí me dejaron desde los
seis meses, mis padres regresaron a los ocho años a recogerme de donde estaba
yo con mi abuelita, de ahí me recogen pero yo quería ir a la escuela y no me
dejaron ir, yo me iba a escondidas. En una ocasión nos mandaron a vender
tamales de la escuela y yo sabía que iba a llegar tarde a mi casa, fue así como
mi papá me descubrió que yo estaba asistiendo a la escuela y fue por mí, yo traté
de hacerle entender que mi deseo era ir a la escuela pero se enojó mucho a tal
grado que me golpeó y me arrastró tanto que hasta me quería aventar al arroyo,
lo que quería era matarme.
Fue tanto el enojo de mi papá que me
castigó llevándome a la casa de un caporal de aquí de por la ciudadela y les
dijo: -saben que “aquí se las voy a dejar, que se conforme con la comida que le
den, nada más”, y ahí me quedé, al poco tiempo me mandaron avisar con un
muchacho que mi papá lo había matado un trueno, pero el caporal no quería
dejarme ir porque me decía: -es que aquí te dejó tu papá y no te vas a ir-, yo
le dije: -es que dice mi mamá que me vaya- y agarré mi ropa y todo y me fui.
Al quedar sola mi mamá tenía que trabajar
en la labor y un día una yegua le quebró un pie, le quedó colgando, entonces
fue mi abuelita, la mamá de mi mamá y nos llevo allá por la Pípila y ahí me
dejó sola con mis hermanitos chiquitos, yo tuve que trabajar para darles de
comer, empecé a limpiar nuez para darles de comer, tenía la mas chiquita de
tres meses y me daba mucho miedo hasta darle de comer, se me afiguraba que se
me moría. Duramos cuatro meses ahí, tres meses que mamá duró internada y un mes
que estuve con ella, pero pues la vida seguía siendo la misma, mi mamá por la nada
me regañaba, por todo me maltrataba, entonces yo me salí a trabajar, me fui con
una tía pero también por la nada me maltrataba, y dije: -pues total yo veo que
me porto bien pero si es así me voy a trabajar.
Un día una señora me dijo: -¡Ay Mari yo veo
que te regaña mucho mi comadre! ¿Te gustaría trabajar?, le dije: si, a mí me
gusta trabajar- y duré un mes completito trabajando en esa casa, que venía
siendo la casa de doña Matilde la que vivía al otro lado de con los compadres
ahí tenía la tienda, entonces trabajé un mes; me levantaba a las cinco de la
mañana y la hora de acostarse era a las once y media de la noche, porque tenía
que sacar hasta lo último de la basura de la casa a la esquina del mercado que
era donde ponían los tambos para la basura y a esas hora se sacaba la basura,
recuerdo que me pagaron siete pesos al mes, yo ya tenía mucha fe en Dios y dije
con estos siete pesos he de llegar a alguna parte, por qué, porque Diosito me
los va a rendir, y así fue.
Por buena suerte me encontré a mi mamá y
le dije: -que bueno que la veo, porque ya me voy, dijo: -pa’ dónde, dijo: -no,
vamos pal rancho; y le dije: -no, pal rancho no, yo que voy hacer al rancho, yo
ya me voy no se para donde me vaya, pero lo bueno es que ya le avisé que yo ya
me voy-.
Entonces me fui a la estación y agarré el
tren a Torreón a buscar trabajo, y quién me daba trabajo si yo era una
chiquilla, nadie.
Llegué a Torreón y se me hizo noche y
encontré a una buena señora que me dijo: -oye muchachita, pos que andas haciendo
a estas horas-, le dije que andaba buscando trabajo, pero quien te va a dar
trabajo, dijo: -yo sé donde puedes encontrar trabajo pero es muy lejos, por
allá está muy solo porque es un rancho, ahí si puedes seleccionar verdura o
limpiar cebolla o cosas así, y dijo: -pero vámonos para la casa porque ya es
muy noche, dijo: ahí yo tengo una muchacha, te vas a quedar con ella y en la
mañana te levantarás a las cinco de la mañana porque a las seis sale el camión.
Y me levanté temprano, yo ya estaba lista para cuando ella me dijo: -vente
muchachita tómate un café porque es muy lejos a dónde vas-, le dije: -no le
hace que esté lejos, el chiste es que yo quiero encontrar trabajo-.
La señora fue y me dejó a la parada del
camión y me dijo: pero este camión no te llevará hasta el rancho, dijo: -tú le
vas a decir al chofer que en San Miguel, que ahí te deje, ahí te vas a bajar,
pasa un riel y cruzando el riel pasa otro camión, vas a agarrar ese camión y tú
le dices que te baje en la Cabaña-, le dije está muy bien señora, muchas
gracias, y así lo hice y así les dije a los de los camiones.
Cuando llegué a la cabaña, a mí se me
hacía un imposible porque era puro monte, y pues dije: -ahora para donde gano o
camino-, pues empecé a caminar, sola entre aquél monte y siempre decía: hay
ayúdame virgencita de San Juan, virgencita santa, Dios mío ayúdame.
Conforme caminaba iba viendo jacalitos, entonces pensé que esa era
la seña de que ya estaba llegando al rancho, y en mi mente pensaba en buscar la
casa del mayordomo o del dueño que debía de ser la casita mas mejorcita del
lugar, pude ver una bodega muy grande y pensé “pos ni modo que vivan ahí”, pero
yo me acerqué ahí y le saludé a una señora que estaba ahí, le dije que andaba
buscando trabajo y me dijo la señora que no estaba Don Chuy que era el
mayordomo, pero qué te parece si lo esperas; me dio el pase y pues en pláticas
resultó que ella también era de Parras.
Cuando llegó el mayordomo la señora le
dijo: -Mira esta muchachita que viene de Parras, que anda buscando trabajo, cómo
ves, dijo el señor, si por qué no, hay mucho trabajo, empiezas mañana pero hay
que entrar a las siete de la mañana, estarás lista, le dije sí.
Al siguiente día me levanté antes de las
siete de la mañana, barrí el patio, me levanté limpiándoles y tenía que
acarriar el agua de un lugar retiradito, y pues ya para cuando ellos se
levantaron ya estaba todo listo, y ellos muy contentos, dijeron: aquí te vas a
quedar con nosotros. Y ahí me asistía y me cobraban diez pesos de asistencia cada
ocho días, pero me mandaban de almorzar, la comida a donde andaba yo
trabajando, yo ya tenía alrededor de ocho años y medio.
Me levantaba todos los días a las cinco de
la mañana y me ponía a trabajar en el campo, me sentía muy a gusto con estas
personas, y pues no era tan fácil, porque me dijo la señora: -te vas a
acostumbrar a que tú me vas a terminar una servilleta por semana, dijo: si no
quieres que te mande las tortillas en un periódico, y me ponía por las tardes después del trabajo;
lo primero que hacía era ir a lavar mi ropa, me bañaba y dejaba todo listo para
otro día, iba a ver en que le ayudaba y luego ya agarraba mi costura ahí debajo
de un árbol, me la pasaba muy agusto.
Nada más que yo seguía con la tentación de
que yo quería estudiar, entonces ahí en el rancho no había escuela, además yo
trabajaba todo el día y estuve trabajando hasta que ya tenía 15 años, ya para
los 16 me decidí y dije: -voy a ver dónde entro a la escuela-, pero nadie me
quería porque ya tenía yo más de quince años y no tenía nada ni una
calificación ni nada, más que dos libretitas que usaba cuando yo me iba a
escondidas a la escuela.
Cuando yo salí del rancho de trabajar le
dije al patrón: -oiga yo ya trabajé mucho aquí en el rancho yo quería ver si me
podía dar trabajo allá en las fruterías, porque el patrón tenía cuatro
fruterías allá en ´Torreón, muy grandes, entonces me dijo que no porque me dijo:
-para tenerte ahí necesito que tengas un certificado-, para mí era un
imposible, pero dije: -con ayudad de Dios no se me va a hacer un imposible-, entonces le dije que me diera oportunidad de
venir a mi casa, con un año que me dé chanza yo voy y hago la primaria y luego
me vengo y así me acomoda en las fruterías y ya no trabajar en el rancho, dijo:
-pos ve, pero pos a ver, pero te doy trabajo allá en las fruterías cuando me
traigas tu certificado y me lo presentes, entonces te doy trabajo.
De lo que yo ganaba la mitad gastaba y la
mitad ahorraba, entonces cuando me vine a Parras yo traía con qué entrar a la
escuela, entonces cuando llegué con un tío dónde yo me había criado y le dije
que iba a ver si me hacia el favor de prestarme un rinconcito porque yo quería
entrar a la escuela, su esposa luego dijo: -no, nosotros no tenemos para
sostenerte, porque no tentemos para darte para la escuela-, entonces yo les
aclaré que no los iba a molestar que yo traía un dinerito y que yo tanteaba que
con eso lo hacía para entrar a la escuela.
La maestra me aceptó y lo que me valió
para que me aceptaran en la escuela, fueron mis dos libretitas que usaba cuando
estaba en la escuela, que me iba a escondidas,
la maestra me pidió una evidencia de que había estado en la escuela, y
se agarró a hojearlas todas y me decía ¿es tu letra? y me veía, y así entré a
sexto año y terminé sexto año.
Con el dinerito que traía completé muy
bien para todo, para dar el peso del ahorro, el veinte de la cuota, y hasta
para mi fiesta de sexto completé, nada más me faltaron los zapatos, porque
antes yo me había comprado unos zapatos negros y a la hora de la hora la
maestra nos dijo que eran zapatos blancos, pero de todas maneras no le pedí a
nadie nada; lo que hice fue que fui con un señor, con Don Manuel y le dije:
oiga, vengo con usted que me haga el favor de fiarme unos zapatos blancos, dijo:
sí hay, pásale para que los veas y te los midas, le dije: -pero quiero que me
los fíe, nomás con que me dé la oportunidad de venírselos a pagar los primeros
de agosto, y me dijo: -no, ándale, con toda confianza.
Y salí de sexto y a nadie le pedí para
nada y a nadie molesté, siempre fui muy responsable de todo, que si me tocaba
cooperar con algo está bien, que me tocaba llevar tal o cual cosa yo cumplía.
Ya se imaginarán la emoción que sentí
cuando supe que me iban a dar mi certificado, me sentía muy contenta y a la vez
muy triste porque veía que las muchachas y los muchachos mis compañeros que
andaban que con su mamá su papá, las madrinas, las hermanas; las familias y
pues yo sola, nadie, sola y mi alma, pero yo misma me daba valor y decía: -pues
es que yo quería sacar mi certificado y para mi esa es mi ilusión.
Al tercer día nos entregan el dinero del
ahorro y pensé, o pago los zapatos o me regreso a trabajar al rancho de nuevo.
Cuando estaba en la escuela había un muchacho
que trabajaba haciendo una cocina comedor dentro de la escuela y la maestra me
mandaba a ver qué se le ofrecía y cosas así, cuando salí de la escuela va y me
encuentra con un regalo y me dice: -mira Mari, te traigo este regalo porque
hace tiempo que yo te quería decir una cosa y no podía pero pos ahorita sí te
lo voy a decir-, me hablaba para que fuera su novia y le dije que no tenía caso
que le dijera que sí, porque no le voy a decir cuando porque yo ya me voy, y
así fue, al tercer día que me dieron el ahorro me fui, llegué con mi tío y le
dije ya me voy, acomodé mis belices, recuerdo que de primero yo cargaba mi ropa
en unas bolsitas de cartón, y cuando me fui con mi certificado, tuve que
trabajar en el rancho para poder venir y pagar los zapatos, juntar un dinero y
entonces sí.
Trabajé un tiempo en el rancho, pagué los
zapatos y pues estuve un tiempo, pero yo ya me sentía otra y decía: -con mi
certificado y trabajando en el campo, dije no-, entonces me puse a pensar “si
trabajo en una tienda pues puedo echar malas”, entonces se me ocurrió pedir
trabajo de sirvienta en una casa pero en
Gómez y, como que no me gustó, y así comencé a pedir trabajo en una
parte y en otra, juntaba mi dinero y me fui a Guadalajara, Jalisco, San Luis
potosí Encarnación de Díaz, Jalisco, trabajando en casas, puro trabajar y
trabajar, tenía como seis meses trabajando en Jalisco cuando pensé que ya me
había volado mucho, que andaba muy lejos y que pues era momento de
regresarme a mi pueblo.
Cuando llegué aquí, llegué con mi abuelita
y se ofreció que su compadre no había quien lo cuidara, que estaba muy grave y
me dijo mi abuelita: -no quieres ir tú a ayudarle-, y me fui a cuidar a ese
señor, duré seis meses cuidándolo en el Seguro, de seis de la mañana a seis de
la tarde, el señor estaba muy grave, se podría decir que ya casi estaba muerto,
y yo sentía muy feo de verlo así.
Entonces conseguí un gotero en la farmacia,
compré una cucharita chiquita y con el gotero lo hice que pasara comida, le
raspaba la papita cocida, la verdura y poco a poco empezó a ir comiendo al
grado que ya le daba de comer con la cuchara grande, que comiera lo que le
llevaban; el señor se compuso, y cuando lo dieron de alta me dijo: -ahora si
mija nos vamos a ir a la casa, voy a vender unos marranos y vamos a sacar un
dinero del banco porque nos vamos a ir a San Juan a pagar una manda- y nos
llevó .Hubo un problema porque una prima, nieta del señor que cuidaba, era
enfermera en el seguro, ella llegaba y le ponía las pastillas ahí y daba la
vuelta y salía, no lo saludaba, no le daba las pastillas ni nada. Cuando ya nos
íbamos a San Juan fue esa prima que no quería que me llevara a mí, que tenía
que llevarse a su nieta y el señor le dijo: Yo me voy a llevar a María porque
ella se merece eso y más.
Después del viaje, continué
trabajando en la casa de este señor y posteriormente me casé, y según yo para
dejar de andar por ahí, no me quejo, me fue bien por ese lado, porque mi esposo
jamás me maltrató, fuimos muy felices, pobres pero felices.
De ese matrimonio nacieron
mis seis hijos, yo me casé a la edad de dieciocho años, era muy joven, yo
estaba muy feliz, pero de pronto mi esposo se enferma, duró cinco meses enfermo
y los médicos nada más decían que era la presión y que era la presión y después
falleció en el hospital, recuerdo que ese día que lo llevé al hospital, el
médico me pidió que me fuera a descansar, que mi esposo se encontraba bien a lo
que les dejé dicho que si en el transcurso de la noche se ponía mal, ya que yo
sabía que entre la noche le subía la presión, me mandaran avisar en un carro,
yo lo pagaría por eso no había problema.
Por la mañana, cuando llegué
al hospital a ver a mi marido, la madre me pidió hablar conmigo a solas, yo
pensaba que lo que necesitaban era surtir una receta y le insistía a la madre
que me diera la receta o que si había algo que necesitara me dijera, pero ella no
encontraba las palabras para decirme que mi marido había fallecido durante la
madrugada; cuando por fin me dio la terrible noticia, me sorprendí mucho y al
mismo tiempo me sentí molesta, ya que yo había dejado dicho que me mandaran un
carro para que fuera por mí, cosa que la madre no pudo explicar el motivo por el cual no se me mandó avisar
en su debido momento.
Yo no podía entender por qué
no me avisaron, ellos me dijeron que no era necesario que me quedara pero pues
la situación era otra, así que no me quedó más que pedir el acta de defunción,
tuve que esperar al médico que en ese entonces se encontraba en el seguro.
Cuando por fin llegó el médico
me dijo que tenía que sepultarse ese mismo día, ya que tenía tiempo de
fallecido, a lo que le respondí que tenían que cambiar la hora de muerte,
porque mi marido tenía familiares hasta en Laredo y claro que eso no iba a ser
posible. Cuando por fin me entregaron el cuerpo, fui con el señor de la
funeraria, le expliqué lo que había pasado y pues él amablemente me dijo que no
me preocupara que se encargarían de todo, que ellos serían los testigos y que
no habría ningún problema por eso.
Mis cuñados, después de
muerto mi marido, decidieron sepultarlo en una caja estampada y muy cara, me
pedían que fuera a firmar y cambiar los preparativos que yo había arreglado. Yo
alegaba que no era necesario ya que se fuera en una caja estampada, yo les dije
que cuando estuvo enfermo nadie se acercó a ayudarlo, que ya no era necesario
que le compraran una caja estampada. Y no lograron cambiar de opinión yo ya
había hecho los arreglos del funeral, mi marido se sepultó en una caja de
madera, tal cual como yo lo había decidido.
Años después de fallecido,
yo pensé en mandar arreglar la tumba de mi marido, el señor que acomodó las
fosas me dijo que era necesario cambiar de lugar a mi esposo, que tenía que
ponerlo en una caja más pequeña, arreglarlo y acomodar todos sus huesitos, y yo
le pedí de favor que me esperara, para verlo de nuevo y, así fue; cuando salí
de mi trabajo, me fui al camposanto y pude ver el cadáver de mi esposo, con el
pelo largo, negro, negro, las uñas largas, su ropa intacta y Dios me concedió
la dicha de volverlo a ver después de quince años, recuerdo mucho que la
persona que preparó la tumba, me decía con un poco de incertidumbre que si no
me asombraría de ver la calavera, que si estaba segura de que aguantaría; a lo
que yo contestaba que sí, que no había ningún problema por eso, que yo estaba
preparada para volver a verlo.
Don Benjamín, les dijo a mis
cuñados, me desocupan la sala porque Leandro se va a tender donde se tendió su
papá, y en un dos por tres los hizo cambiar la sala, y yo pues me encontraba muy
contenta, durante el velorio, venía a casa, veía mis niños; les daba de comer y
regresaba, les pedía que se quedaran jugando y que no se salieran, además me
quedé esperando un niño. Recuerdo que iba le limpiaba el vidrio de la caja con
un mismo pañuelo de él y lo colocaba de nuevo ahí en la caja.
Una vez en el panteón,
cuando terminaron de sepultarlo, agarré dos tinas que llevaba con flores, le
regué muy bien y le dije: “ahora sí, ahí te quedas, pero a donde te vayas,
desde donde estés, pides por nosotros, nunca nos vayas a dejar”, la gente que
me veía diría que no me podía, pero nadie sabía el dolor que sentía por dentro,
de ver a mis hijos pequeños, uno de ellos recuerdo que lloraba mucho porque
quería a su papá, estaba muy impuesto con él, así que el dolor interno era muy
fuerte.
Al terminar el novenario,
salí a buscar trabajo, le pedía a dios encontrar un trabajo, le rogaba a la
virgen que me ayudara, pese a que mi familia en el rancho, mi mamá, estaba muy
bien puesta. Gracias a Dios tenía un dinerito en el banco, unos marranos y todo
se acabó, llegué a pedir prestado con la promesa de pagar una vez recuperado mi
esposo.
Siempre los médicos me
dijeron que mi marido falleció de la presión, pero yo ahora me doy cuenta que
existe la maldad, porque mi marido, traía muchos trabajos; trabajaba en el agua
de los padres, cerca de la capillita del ojo de agua, con don Tomás, con el
profesor Ramiro Peña, también mencionaba mucho unos señores que vivían por la
Loma, el traía su gente, igual como maistro, pero él traía su gente y la
repartía, él sabía cómo le hacía.
A mí se me hizo muy raro
porque el día que se enfermó, regresó de trabajar muy temprano, y le pregunté
por qué se regresó del trabajo, a lo que me contestó que se sintió mal, comenzó
a estar malo, y al tercer día como que se volvía loco. Yo tenía muy arreglada
mi cocina, adornada con trastes pequeños colgados arriba de la chimenea, y
recuerdo mucho que cuando se sentía mal, se acercaba a un espacio de la cocina
junto a la chimenea y me decía: “Mira, tú con los sartenes de comida y la gente
ahí parada con hambre, y tú que no les des un taco, es gente que viene con
hambre”. Por las noches ocurría lo mismo porque a veces se quería salir.
Algo extraño pasaba en la
casa, porque los techos de mi casa se comenzaban a caer, se hacían agujeros
redondos y se caían con todo y vigas, y pues comencé a arreglar los techos, le
dije a un muchacho que me fuera a techar los cuartos ya que se estaban cayendo
a pedazos, este señor me dijo que si me hacía el trabajo en los techos y quedó
de regresar a echar la plantilla, para entonces una de mis hijas ya se había
casado y mi yerno se ofreció a ayudar.
Mi hija tenía una niña
chiquita como de unos siete meses, mi muchacha Lourdes, traía en brazos a su
niña y cuando se acercó a la pared, la niña colocó su manita en un espacio de
la pared y cuando esto pasó, se cayó el pedazo de tierra seca, y mi hija vio un
bulto rojo dentro del agujero que quedó al caerse el trozo de pared.
Mi hija fue a buscarme al
trabajo para que viera eso que había encontrado y efectivamente, en ese trapo
amarrado de color rojo, muy bien amarrado, había nueces, hierbas, limones
secos; justo enterrado en el lugar donde mi esposo cuando tenía aquellas
ataques de locura, se recargaba y empezaba a hablar cosas sin sentido. Recuerdo
que no siempre era así, en sus ratos que se sentía bien, se bañaba, se
cambiaba, se rasuraba y me decía: “Ahorita vengo voy con Don Ramón o con el
Cili”, y yo me quedaba con tanto miedo que le fuera a pasar algo, pero aun así
se iba, pero cuando regresaba volvía muy desesperado y en ese rincón hable y
hable como loco.
El nunca quería ir al
hospital, pero cuando se puso muy malo, me pedía que lo llevara al hospital,
así que dejé encargados a mis hijos con una comadre, y la verdad todo se me
hacía muy raro, cuando regreso del hospital mi comadre me dijo que todo lo que
estaba pasando era muy raro, entonces mi comadre me dijo que había una señora
que con sólo ver a la persona le decía que tenía, así que mi comadre y yo
quedamos que muy temprano ella saldría a buscar a esa señora y yo la estaría
esperando en el hospital, esa mañana que mi marido falleció, la mañana en que
me dijeron que ya estaba muerto.
Esto lo platico porque yo sé
y creo que existe la maldad, creo que fui víctima de la envidia, porque mucha
gente venía y le pedían prestados alguna cosa y a veces ya no regresaba y él
siempre me decía: “No tú que te fijas”, muy buena gente que era.
Mi suegra me dejo las escrituras de su casa,
junto con un anillo, tengo como testigo a la mamá del profesor Goyo que estaba
aquí cuando me dejó las escrituras y ese anillo, ella alegó que su hijo
Leandro, mi marido era el más chico de la casa, que a él le correspondía y que
si dejaba sus bienes a otras gentes lo más seguro es que se pusieron a vender.
Yo conviví mucho con mi
suegra, me encargué de ella, viví con ella ya que se lesionó de una caída, ella
era intendente, le ayudaba en la Jesús P. Valdés, nos poníamos a tejer, muy
contentas las dos.
Conmigo mis cuñados hacían
lo que les daba su gana, era más chiquilla, y era la de los mandados, pero mi
suegra siempre me decía: “no les hagas caso María, ya sabes como son y más
estas gentes, no hagas caso”. Hasta el día en que mi suegra falleció, les leí
la cartilla a mis cuñados y claramente les dije: “Se acabó a quien yo respetaba
y de aquí en adelante me van a respetar, ya no me pienso dejar” porque ellos
siempre trataban de burlarse de mí, de hacerme daño, insultarme y pues con el
perdón de Dios tenía que defenderme. Y pobres de mis cuñados que mejor Diosito
se acordó de ellos, fue así como terminó la guerra entre ellos, sólo una cuñada
si reconoció su error y vino a pedirme disculpas, fue la única y los demás
mejor fallecieron.
A los siete meses de que
fallece mi esposo, nace mi niño; recuerdo mucho que se enfermó mi niño y lo
llevé al hospital, duró ocho días internado, haciéndole la lucha pero finamente
falleció, y yo siempre sola, no digo que fue fácil, recuerdo mucho que cuando
llegamos de sepultar a mi esposo, mis cuñados ya se habían repartido a mis
hijos, quien se quedaría con quien, y yo solamente me quedaba seria, una vez
que terminaron la repartición de mis hijos hable: “Mis hijos no se van con
nadie”, ellos al ver mi reacción decidieron entonces mandarme, cada cierto
tiempo, un dinero a lo que nuevamente contesté: “agradezco mucho su oferta,
pero a mí se me hace que mis hijos no tendrán necesidad de pedirles un cinco a
ustedes, porque yo voy a salir adelante con ellos”.
Yo trabajaba con don Choto
Arizpe, desde la mañana muy temprano, hasta las dos tres de la mañana, venía
les daba de almorzar, regresaba al trabajo, luego venía a darles de comer y
volvía a mi trabajo y por la noche les pedía se encerraran muy bien y por la
madrugada regresaba nuevamente con mis niños.
Fíjense nada más, hasta
dónde no llegaba la maldad de mis cuñados; hubo un tiempo que llegaba de
trabajar tarde y encontraba a los niños muy inquietos, llorando, alegando que
veían un viejo en una sábana blanca. Yo llegaba y los niños llorando, era ya
muy seguido.
En una ocasión salí temprano
del trabajo, llegue a mi casa, me encerré con mis hijos y no dormí toda la
noche esperando ver aquel bulto blanco, de repente lo vi cerca del corral
enfrente de mi casa, y de repente no lo vi, estaba rodeando la casa; recuerdo
que tomé un fierro que tenía mi esposo, lo tenía debajo de la almohada, porque
estaba sola, así que salí, y se echó en carrera aquel viejo vestido de blanco,
conforme avanzaba entre los matorrales, aventó la sábana y pude darme cuenta
que era uno de mis cuñados que venían a asustar a mis niños.
Lo que no entendía era como
era posible que siendo su tío, podía asustar a mis hijos más sabiendo que eran
sus propios sobrinos, era gente muy ambiciosa y sobre todo muy maldosa, así fue
como terminó la aparición del viejo de blanco.
QUINTA
PARTE
Tal vez se dice fácil
trabajar todo el día y sostener los hijos, pero durante ese tiempo pasé muchas
experiencias de regreso a mi trabajo, como ya mencioné yo salía muy tarde de
trabajar, y pues mis caminos eran siempre muy oscuros. Una vez venía yo por la
Guerrero, en aquel entonces parecía una cueva, debido a los carrizales además
no había un solo foco, entonces escuché el ruido de un caballo, yo cargaba un
pedazo de varilla de tamaño regular y dos piedras en una redita., esa vez no
hallaba por donde venirme, por la cuesta era un caminito chiquito lleno de
hierbas y oscuro, además del peligro de un mal cristiano, pues también existía
el riesgo de una víbora o un animal, por el cuartel estaba horrible también y
por la guerrero pues igual. Total ese día venía yo por la Guerrero, y me
alcanzó un hombre de un caballo, sólo Dios sabe quien sería, porque estaba tan
oscuro que apenas se distinguía de cerca, cuando escuché las pisadas del
caballo me pegué a la orilla de los carrizos, y ahí viene al pasito al pasito,
y que se arrima y el hombre me quiso levantar del cabello, y yo lo que hice fue
que como pude lo pesqué, para esto yo ya traía una piedra en la mano y logré
pegarle en la espalda, sabrá Dios quien sería pero el hombre no pujó sino que hasta
como que bramó, el hombre este se fue, no cayó del caballo y seguí mi camino.
Dios me perdone pero lo que hice fue defenderme.
Pasé por muchas cosas, pero
yo siempre cargaba con mi pedazo de varilla y mis dos piedras, no sé por qué
siempre le tuve mucha fe a mi redita con la varilla y las piedras.
Yo llegaba muy tarde porque
desde que llegaba lavaba los pañales, luego la ropa, ayudaba en la cocina y
total, terminaba a las cinco o seis de la tarde, pero luego pues me pedían que
hiciera algunos quilos de tortillas de harina y luego nos quedábamos a ayudarle
a la enfermera que cuidaba a Hana, y ellos se iban a reuniones y fiestas
y hasta que llegaban.
Yo trabajé hasta que comencé
a tener problemas con mis manos, un día llegué al trabajo y intenté lavar y no
pude, las manos me dolían como que me ardían, duré siete meses muy mal de mis
manos al punto de que me escurría sangre de mis dedos, así que tuve que
entregar el trabajo ya que me era imposible trabajar.
Siete meses sufriendo con
mis manos, fui al seguro, me dieron medicamente y nada que me componía, hasta
que una prima me dijo que eso ya era muy raro, la medicina no me hacia efecto y
pues ella me recomendó que fuera con don Juanito, un señor que curaba con puras
hierbitas, que vivía en un ranchito. _Es muy bueno_ me dijo _Doña Rosita va a
ir que ella te lleve, si no tienes para ir yo te doy_ Le dije mira si tengo
para ir, pero si el señor cobra algo pos de dónde, dijo _No no cobra, tiene un
altarcito y ahí nada mas le echas dos tres pesos él no dice nada ni se fija,
pero ese señor ha curado mucha gente, incluso esa señora ya no le daban
esperanzas que tenía una infección en la sangre y fue con ese señor, cuando
regresó al seguro, que ya no tenía nada que ya estaba bien y va a ir a darle
las gracias a Don Juanito, y Doña Rosy me llevó.
El remedio para mi
enfermedad fueron tres hilitos, ese día que fui con él me puso un hilito blanco
en las manos me dijo que lo apretara, y luego me recetó tres hilos, que hiciera
pulseritas para amarrarme en los dedos una cebolla tatemada en el comal,
amarradas con los hilitos, también con los mismos hilitos haría una pulserita y
me la pondría en la mano izquierda.
Cuando comencé con el
tratamiento de los hilitos, se me comenzó a caer la carne y yo lloraba y le
pedía a Dios; _Que voy hacer, ver mis niños y pues gracias a Dios que tenía
mandado para darles a mis hijos pero yo aun así decía que voy hacer, si se me
acaba el mandado que tengo en el cuarto y le pedía mucho a Dios que mis manos
sanaran para seguir trabajando.
Y con el tiempo comencé a
ver que me salía carne nueva y en quince días yo ya tenía mis manos completas,
era algo increíble porque tenía siete meses con doctor y no me componía y luego
de repente con un remedio mis manos como nuevas, entonces del gusto y la alegría
además de dar muchas gracias a Dios, también fui a agradecerle a este señor por
haberme curado.
Estoy casi segura que ese
problema de mis manos también fue otra maldad de la gente, recuerdo que don
Juanito me decía, que no tuviera confianza en mi casa, porque esa gente lo que
quería era verme pidiendo limosna, cosa que Dios no les concedió, porque mi fe
siempre fue muy fuerte.
Siempre le pedía a Dios
fuerzas para trabajar, para ver a mis hijos crecidos, para poder de perdido
dejarlos grandes que se puedan defender, así que todo está en la fe, en una fe
completa, pedir con devoción, estar consientes de que la respuesta de Dios no
es rápida, que siempre nos escucha y que la fe no se debe de perder nunca.
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