DIOS TOCA A TU PUERTA
Hay ocasiones y muy frecuentes, que nos
molesta que alguien llame a la puerta de nuestra casa. Nos molesta porque para
nosotros es un momento inapropiado, tenemos algo más importante que hacer y
preferimos decir que no estamos, no salimos a percatarnos de quién llamaba y
para qué o simplemente no salimos hasta que quien llamaba se retira
desconsolado por la desatención vivida.
Pero bueno, unos van y otros vienen,
algunas veces la puerta se abre pero otras ocasiones permanece cerrada.
Posiblemente pocas veces nos detenemos a
pensar quién llamaba y cuál era el motivo para hacerlo.
No actuamos por el sentido común y
pensamos que son llamadas sin importancia. Quien llama a nuestra puerta es
alguien que por alguna razón, por alguna necesidad nos llamaba buscando ayuda,
tal vez era alguien que nos traía una buena noticia, pero que
desafortunadamente no quisimos escuchar aunque al conocer la realidad podamos
sentir algún arrepentimiento o quizá a pesar de todo seamos indiferentes.
La presencia de aquella persona: niño,
joven o anciano, hombre o mujer no es propiamente circunstancial como muchas
veces creemos, no, su presencia se debe a que Alguien lo ha enviado, pues todos
somos conducidos en nuestros pasos durante nuestras actividades diarias hacia
el cumplimiento de una misión.
Desempeñar o no alguna actividad no es
porque se quiera, es por la voluntad de Alguien que guía nuestros pasos y
conduce nuestras vidas, y ese Alguien ha tocado a nuestras puertas en innumerables
ocasiones, con una gran diversidad de apariencias y por infinidad de motivos.
Simplemente por querer saludarnos y desear que estemos bien; pero en nuestro
egoísmo e indiferencia no valoramos la intención. El llamado pudo ser de alguna
persona tan cercana que después de mucho tiempo viene con una gran alegría a
visitarnos, a compartirnos su felicidad; pero la rechazamos, es preferible
seguir como estamos que atenderla.
Tal vez en cierta ocasión la presencia de
una persona con aspecto de pordiosero llegó a nuestra puerta para solicitar
algo que mitigara su hambre; pero cuántas veces preferimos decirle que no
tenemos, esperando que se vaya rápido porque su presencia no es grata, y sin
pensarlo, tiramos a la basura lo que había quedado en las viandas después de
satisfacer nuestra necesidad de alimentarnos; pero en nuestra inconsciencia
preferimos tirarla que regalarla.
Otras veces algún chiquillo o alguna madre
enferma se atrevieron a llamar a nuestra puerta en busca de ayuda, quizá no económica
ni material, sólo bastarían algunas frases de aliento para fortalecer el
espíritu de quien pasa por momentos de sufrimiento, pero ni nuestras palabras
podemos compartir.
Veamos pues, de cuántas maneras Dios toca
a nuestra puerta, aceptemos su presencia y entablemos un diálogo con Él. Es muy
gratificante escucharlo y atenderlo, se vive más tranquilo y más feliz, más en
paz con uno mismo y con la incomparable alegría de aceptar la presencia de Dios
en cada una de las personas que llaman a nuestra puerta.
Atenderlos es abrir la puerta a Dios y así
tener vida en Él.