PROPÓSITO DE NUESTRO PROGRAMA

GENERAR UN ESPACIO DE AUTOANÁLISIS, REFELXIÓN, TERAPIA Y CATARSIS A QUIENES ARAVIESAN POR SITUACIONES PROBLEMÁTICAS MUY PARTICULARES Y PRESENTAN DIFICULTAD PARA CONFIAR EN ALGUIEN SUS NECESIDADES PARA ENCONTRAR UNA SOLUCIÓN A LO QUE LE SUCEDE.

miércoles, 4 de abril de 2012

UN EJEMPLO DE VIDA


ALAMEDA DE PARRAS
UN EJEMPLO DE VIDA

Mi nombre es María.
      
Quiero comenzar desde mi nacimiento; yo nací en 1949,  a mí me dejaron desde los seis meses, mis padres regresaron a los ocho años a recogerme de donde estaba yo con mi abuelita, de ahí me recogen pero yo quería ir a la escuela y no me dejaron ir, yo me iba a escondidas. En una ocasión nos mandaron a vender tamales de la escuela y yo sabía que iba a llegar tarde a mi casa, fue así como mi papá me descubrió que yo estaba asistiendo a la escuela y fue por mí, yo traté de hacerle entender que mi deseo era ir a la escuela pero se enojó mucho a tal grado que me golpeó y me arrastró tanto que hasta me quería aventar al arroyo, lo que quería era matarme.
     Fue tanto el enojo de mi papá que me castigó llevándome a la casa de un caporal de aquí de por la ciudadela y les dijo: -saben que “aquí se las voy a dejar, que se conforme con la comida que le den, nada más”, y ahí me quedé, al poco tiempo me mandaron avisar con un muchacho que mi papá lo había matado un trueno, pero el caporal no quería dejarme ir porque me decía: -es que aquí te dejó tu papá y no te vas a ir-, yo le dije: -es que dice mi mamá que me vaya- y agarré mi ropa y todo y me fui.
     Al quedar sola mi mamá tenía que trabajar en la labor y un día una yegua le quebró un pie, le quedó colgando, entonces fue mi abuelita, la mamá de mi mamá y nos llevo allá por la Pípila y ahí me dejó sola con mis hermanitos chiquitos, yo tuve que trabajar para darles de comer, empecé a limpiar nuez para darles de comer, tenía la mas chiquita de tres meses y me daba mucho miedo hasta darle de comer, se me afiguraba que se me moría. Duramos cuatro meses ahí, tres meses que mamá duró internada y un mes que estuve con ella, pero pues la vida seguía siendo la misma, mi mamá por la nada me regañaba, por todo me maltrataba, entonces yo me salí a trabajar, me fui con una tía pero también por la nada me maltrataba, y dije: -pues total yo veo que me porto bien pero si es así me voy a trabajar.
     Un día una señora me dijo: -¡Ay Mari yo veo que te regaña mucho mi comadre! ¿Te gustaría trabajar?, le dije: si, a mí me gusta trabajar- y duré un mes completito trabajando en esa casa, que venía siendo la casa de doña Matilde la que vivía al otro lado de con los compadres ahí tenía la tienda, entonces trabajé un mes; me levantaba a las cinco de la mañana y la hora de acostarse era a las once y media de la noche, porque tenía que sacar hasta lo último de la basura de la casa a la esquina del mercado que era donde ponían los tambos para la basura y a esas hora se sacaba la basura, recuerdo que me pagaron siete pesos al mes, yo ya tenía mucha fe en Dios y dije con estos siete pesos he de llegar a alguna parte, por qué, porque Diosito me los va a rendir, y así fue.
     Por buena suerte me encontré a mi mamá y le dije: -que bueno que la veo, porque ya me voy, dijo: -pa’ dónde, dijo: -no, vamos pal rancho; y le dije: -no, pal rancho no, yo que voy hacer al rancho, yo ya me voy no se para donde me vaya, pero lo bueno es que ya le avisé que yo ya me voy-.
     Entonces me fui a la estación y agarré el tren a Torreón a buscar trabajo, y quién me daba trabajo si yo era una chiquilla, nadie.
     Llegué a Torreón y se me hizo noche y encontré a una buena señora que me dijo: -oye muchachita, pos que andas haciendo a estas horas-, le dije que andaba buscando trabajo, pero quien te va a dar trabajo, dijo: -yo sé donde puedes encontrar trabajo pero es muy lejos, por allá está muy solo porque es un rancho, ahí si puedes seleccionar verdura o limpiar cebolla o cosas así, y dijo: -pero vámonos para la casa porque ya es muy noche, dijo: ahí yo tengo una muchacha, te vas a quedar con ella y en la mañana te levantarás a las cinco de la mañana porque a las seis sale el camión. Y me levanté temprano, yo ya estaba lista para cuando ella me dijo: -vente muchachita tómate un café porque es muy lejos a dónde vas-, le dije: -no le hace que esté lejos, el chiste es que yo quiero encontrar trabajo-.
     La señora fue y me dejó a la parada del camión y me dijo: pero este camión no te llevará hasta el rancho, dijo: -tú le vas a decir al chofer que en San Miguel, que ahí te deje, ahí te vas a bajar, pasa un riel y cruzando el riel pasa otro camión, vas a agarrar ese camión y tú le dices que te baje en la Cabaña-, le dije está muy bien señora, muchas gracias, y así lo hice y así les dije a los de los camiones.
     Cuando llegué a la cabaña, a mí se me hacía un imposible porque era puro monte, y pues dije: -ahora para donde gano o camino-, pues empecé a caminar, sola entre aquél monte y siempre decía: hay ayúdame virgencita de San Juan, virgencita santa, Dios mío ayúdame.
     Conforme caminaba iba  viendo jacalitos, entonces pensé que esa era la seña de que ya estaba llegando al rancho, y en mi mente pensaba en buscar la casa del mayordomo o del dueño que debía de ser la casita mas mejorcita del lugar, pude ver una bodega muy grande y pensé “pos ni modo que vivan ahí”, pero yo me acerqué ahí y le saludé a una señora que estaba ahí, le dije que andaba buscando trabajo y me dijo la señora que no estaba Don Chuy que era el mayordomo, pero qué te parece si lo esperas; me dio el pase y pues en pláticas resultó que ella también era de Parras.
     Cuando llegó el mayordomo la señora le dijo: -Mira esta muchachita que viene de Parras, que anda buscando trabajo, cómo ves, dijo el señor, si por qué no, hay mucho trabajo, empiezas mañana pero hay que entrar a las siete de la mañana, estarás lista, le dije sí.
     Al siguiente día me levanté antes de las siete de la mañana, barrí el patio, me levanté limpiándoles y tenía que acarriar el agua de un lugar retiradito, y pues ya para cuando ellos se levantaron ya estaba todo listo, y ellos muy contentos, dijeron: aquí te vas a quedar con nosotros. Y ahí me asistía y me cobraban diez pesos de asistencia cada ocho días, pero me mandaban de almorzar, la comida a donde andaba yo trabajando, yo ya tenía alrededor de ocho años y medio.
     Me levantaba todos los días a las cinco de la mañana y me ponía a trabajar en el campo, me sentía muy a gusto con estas personas, y pues no era tan fácil, porque me dijo la señora: -te vas a acostumbrar a que tú me vas a terminar una servilleta por semana, dijo: si no quieres que te mande las tortillas en un periódico,  y me ponía por las tardes después del trabajo; lo primero que hacía era ir a lavar mi ropa, me bañaba y dejaba todo listo para otro día, iba a ver en que le ayudaba y luego ya agarraba mi costura ahí debajo de un árbol, me la pasaba muy agusto.
     Nada más que yo seguía con la tentación de que yo quería estudiar, entonces ahí en el rancho no había escuela, además yo trabajaba todo el día y estuve trabajando hasta que ya tenía 15 años, ya para los 16 me decidí y dije: -voy a ver dónde entro a la escuela-, pero nadie me quería porque ya tenía yo más de quince años y no tenía nada ni una calificación ni nada, más que dos libretitas que usaba cuando yo me iba a escondidas a la escuela.
     Cuando yo salí del rancho de trabajar le dije al patrón: -oiga yo ya trabajé mucho aquí en el rancho yo quería ver si me podía dar trabajo allá en las fruterías, porque el patrón tenía cuatro fruterías allá en ´Torreón, muy grandes, entonces me dijo que no porque me dijo: -para tenerte ahí necesito que tengas un certificado-, para mí era un imposible, pero dije: -con ayudad de Dios no se me va a hacer un imposible-,  entonces le dije que me diera oportunidad de venir a mi casa, con un año que me dé chanza yo voy y hago la primaria y luego me vengo y así me acomoda en las fruterías y ya no trabajar en el rancho, dijo: -pos ve, pero pos a ver, pero te doy trabajo allá en las fruterías cuando me traigas tu certificado y me lo presentes, entonces te doy trabajo.
     De lo que yo ganaba la mitad gastaba y la mitad ahorraba, entonces cuando me vine a Parras yo traía con qué entrar a la escuela, entonces cuando llegué con un tío dónde yo me había criado y le dije que iba a ver si me hacia el favor de prestarme un rinconcito porque yo quería entrar a la escuela, su esposa luego dijo: -no, nosotros no tenemos para sostenerte, porque no tentemos para darte para la escuela-, entonces yo les aclaré que no los iba a molestar que yo traía un dinerito y que yo tanteaba que con eso lo hacía para entrar a la escuela.
     La maestra me aceptó y lo que me valió para que me aceptaran en la escuela, fueron mis dos libretitas que usaba cuando estaba en la escuela, que me iba a escondidas,  la maestra me pidió una evidencia de que había estado en la escuela, y se agarró a hojearlas todas y me decía ¿es tu letra? y me veía, y así entré a sexto año y terminé sexto año.
     Con el dinerito que traía completé muy bien para todo, para dar el peso del ahorro, el veinte de la cuota, y hasta para mi fiesta de sexto completé, nada más me faltaron los zapatos, porque antes yo me había comprado unos zapatos negros y a la hora de la hora la maestra nos dijo que eran zapatos blancos, pero de todas maneras no le pedí a nadie nada; lo que hice fue que fui con un señor, con Don Manuel y le dije: oiga, vengo con usted que me haga el favor de fiarme unos zapatos blancos, dijo: sí hay, pásale para que los veas y te los midas, le dije: -pero quiero que me los fíe, nomás con que me dé la oportunidad de venírselos a pagar los primeros de agosto, y me dijo: -no, ándale, con toda confianza.
     Y salí de sexto y a nadie le pedí para nada y a nadie molesté, siempre fui muy responsable de todo, que si me tocaba cooperar con algo está bien, que me tocaba llevar tal o cual cosa yo cumplía.
     Ya se imaginarán la emoción que sentí cuando supe que me iban a dar mi certificado, me sentía muy contenta y a la vez muy triste porque veía que las muchachas y los muchachos mis compañeros que andaban que con su mamá su papá, las madrinas, las hermanas; las familias y pues yo sola, nadie, sola y mi alma, pero yo misma me daba valor y decía: -pues es que yo quería sacar mi certificado y para mi esa es mi ilusión.
     Al tercer día nos entregan el dinero del ahorro y pensé, o pago los zapatos o me regreso a trabajar al rancho de nuevo.
     Cuando estaba en la escuela había un muchacho que trabajaba haciendo una cocina comedor dentro de la escuela y la maestra me mandaba a ver qué se le ofrecía y cosas así, cuando salí de la escuela va y me encuentra con un regalo y me dice: -mira Mari, te traigo este regalo porque hace tiempo que yo te quería decir una cosa y no podía pero pos ahorita sí te lo voy a decir-, me hablaba para que fuera su novia y le dije que no tenía caso que le dijera que sí, porque no le voy a decir cuando porque yo ya me voy, y así fue, al tercer día que me dieron el ahorro me fui, llegué con mi tío y le dije ya me voy, acomodé mis belices, recuerdo que de primero yo cargaba mi ropa en unas bolsitas de cartón, y cuando me fui con mi certificado, tuve que trabajar en el rancho para poder venir y pagar los zapatos, juntar un dinero y entonces sí.
     Trabajé un tiempo en el rancho, pagué los zapatos y pues estuve un tiempo, pero yo ya me sentía otra y decía: -con mi certificado y trabajando en el campo, dije no-, entonces me puse a pensar “si trabajo en una tienda pues puedo echar malas”, entonces se me ocurrió pedir trabajo de sirvienta en una casa pero en  Gómez y, como que no me gustó, y así comencé a pedir trabajo en una parte y en otra, juntaba mi dinero y me fui a Guadalajara, Jalisco, San Luis potosí Encarnación de Díaz, Jalisco, trabajando en casas, puro trabajar y trabajar, tenía como seis meses trabajando en Jalisco cuando pensé que ya me había volado mucho, que andaba muy lejos y que pues era momento de regresarme  a mi pueblo.
     Cuando llegué aquí, llegué con mi abuelita y se ofreció que su compadre no había quien lo cuidara, que estaba muy grave y me dijo mi abuelita: -no quieres ir tú a ayudarle-, y me fui a cuidar a ese señor, duré seis meses cuidándolo en el Seguro, de seis de la mañana a seis de la tarde, el señor estaba muy grave, se podría decir que ya casi estaba muerto, y yo sentía muy feo de verlo así.
     Entonces conseguí un gotero en la farmacia, compré una cucharita chiquita y con el gotero lo hice que pasara comida, le raspaba la papita cocida, la verdura y poco a poco empezó a ir comiendo al grado que ya le daba de comer con la cuchara grande, que comiera lo que le llevaban; el señor se compuso, y cuando lo dieron de alta me dijo: -ahora si mija nos vamos a ir a la casa, voy a vender unos marranos y vamos a sacar un dinero del banco porque nos vamos a ir a San Juan a pagar una manda- y nos llevó .Hubo un problema porque una prima, nieta del señor que cuidaba, era enfermera en el seguro, ella llegaba y le ponía las pastillas ahí y daba la vuelta y salía, no lo saludaba, no le daba las pastillas ni nada. Cuando ya nos íbamos a San Juan fue esa prima que no quería que me llevara a mí, que tenía que llevarse a su nieta y el señor le dijo: Yo me voy a llevar a María porque ella se merece eso y más.
Después del viaje, continué trabajando en la casa de este señor y posteriormente me casé, y según yo para dejar de andar por ahí, no me quejo, me fue bien por ese lado, porque mi esposo jamás me maltrató, fuimos muy felices, pobres pero felices.
De ese matrimonio nacieron mis seis hijos, yo me casé a la edad de dieciocho años, era muy joven, yo estaba muy feliz, pero de pronto mi esposo se enferma, duró cinco meses enfermo y los médicos nada más decían que era la presión y que era la presión y después falleció en el hospital, recuerdo que ese día que lo llevé al hospital, el médico me pidió que me fuera a descansar, que mi esposo se encontraba bien a lo que les dejé dicho que si en el transcurso de la noche se ponía mal, ya que yo sabía que entre la noche le subía la presión, me mandaran avisar en un carro, yo lo pagaría por eso no había problema.
Por la mañana, cuando llegué al hospital a ver a mi marido, la madre me pidió hablar conmigo a solas, yo pensaba que lo que necesitaban era surtir una receta y le insistía a la madre que me diera la receta o que si había algo que necesitara me dijera, pero ella no encontraba las palabras para decirme que mi marido había fallecido durante la madrugada; cuando por fin me dio la terrible noticia, me sorprendí mucho y al mismo tiempo me sentí molesta, ya que yo había dejado dicho que me mandaran un carro para que fuera por mí, cosa que la madre no pudo explicar  el motivo por el cual no se me mandó avisar en su debido momento.
Yo no podía entender por qué no me avisaron, ellos me dijeron que no era necesario que me quedara pero pues la situación era otra, así que no me quedó más que pedir el acta de defunción, tuve que esperar al médico que en ese entonces se encontraba en el seguro.
Cuando por fin llegó el médico me dijo que tenía que sepultarse ese mismo día, ya que tenía tiempo de fallecido, a lo que le respondí que tenían que cambiar la hora de muerte, porque mi marido tenía familiares hasta en Laredo y claro que eso no iba a ser posible. Cuando por fin me entregaron el cuerpo, fui con el señor de la funeraria, le expliqué lo que había pasado y pues él amablemente me dijo que no me preocupara que se encargarían de todo, que ellos serían los testigos y que no habría ningún problema por eso.
Mis cuñados, después de muerto mi marido, decidieron sepultarlo en una caja estampada y muy cara, me pedían que fuera a firmar y cambiar los preparativos que yo había arreglado. Yo alegaba que no era necesario ya que se fuera en una caja estampada, yo les dije que cuando estuvo enfermo nadie se acercó a ayudarlo, que ya no era necesario que le compraran una caja estampada. Y no lograron cambiar de opinión yo ya había hecho los arreglos del funeral, mi marido se sepultó en una caja de madera, tal cual como yo lo había decidido.
Años después de fallecido, yo pensé en mandar arreglar la tumba de mi marido, el señor que acomodó las fosas me dijo que era necesario cambiar de lugar a mi esposo, que tenía que ponerlo en una caja más pequeña, arreglarlo y acomodar todos sus huesitos, y yo le pedí de favor que me esperara, para verlo de nuevo y, así fue; cuando salí de mi trabajo, me fui al camposanto y pude ver el cadáver de mi esposo, con el pelo largo, negro, negro, las uñas largas, su ropa intacta y Dios me concedió la dicha de volverlo a ver después de quince años, recuerdo mucho que la persona que preparó la tumba, me decía con un poco de incertidumbre que si no me asombraría de ver la calavera, que si estaba segura de que aguantaría; a lo que yo contestaba que sí, que no había ningún problema por eso, que yo estaba preparada para volver a verlo.
Don Benjamín, les dijo a mis cuñados, me desocupan la sala porque Leandro se va a tender donde se tendió su papá, y en un dos por tres los hizo cambiar la sala, y yo pues me encontraba muy contenta, durante el velorio, venía a casa, veía mis niños; les daba de comer y regresaba, les pedía que se quedaran jugando y que no se salieran, además me quedé esperando un niño. Recuerdo que iba le limpiaba el vidrio de la caja con un mismo pañuelo de él y lo colocaba de nuevo ahí en la caja.
Una vez en el panteón, cuando terminaron de sepultarlo, agarré dos tinas que llevaba con flores, le regué muy bien y le dije: “ahora sí, ahí te quedas, pero a donde te vayas, desde donde estés, pides por nosotros, nunca nos vayas a dejar”, la gente que me veía diría que no me podía, pero nadie sabía el dolor que sentía por dentro, de ver a mis hijos pequeños, uno de ellos recuerdo que lloraba mucho porque quería a su papá, estaba muy impuesto con él, así que el dolor interno era muy fuerte.
Al terminar el novenario, salí a buscar trabajo, le pedía a dios encontrar un trabajo, le rogaba a la virgen que me ayudara, pese a que mi familia en el rancho, mi mamá, estaba muy bien puesta. Gracias a Dios tenía un dinerito en el banco, unos marranos y todo se acabó, llegué a pedir prestado con la promesa de pagar una vez recuperado mi esposo.
Siempre los médicos me dijeron que mi marido falleció de la presión, pero yo ahora me doy cuenta que existe la maldad, porque mi marido, traía muchos trabajos; trabajaba en el agua de los padres, cerca de la capillita del ojo de agua, con don Tomás, con el profesor Ramiro Peña, también mencionaba mucho unos señores que vivían por la Loma, el traía su gente, igual como maistro, pero él traía su gente y la repartía, él sabía cómo le hacía.
A mí se me hizo muy raro porque el día que se enfermó, regresó de trabajar muy temprano, y le pregunté por qué se regresó del trabajo, a lo que me contestó que se sintió mal, comenzó a estar malo, y al tercer día como que se volvía loco. Yo tenía muy arreglada mi cocina, adornada con trastes pequeños colgados arriba de la chimenea, y recuerdo mucho que cuando se sentía mal, se acercaba a un espacio de la cocina junto a la chimenea y me decía: “Mira, tú con los sartenes de comida y la gente ahí parada con hambre, y tú que no les des un taco, es gente que viene con hambre”. Por las noches ocurría lo mismo porque a veces se quería salir.
Algo extraño pasaba en la casa, porque los techos de mi casa se comenzaban a caer, se hacían agujeros redondos y se caían con todo y vigas, y pues comencé a arreglar los techos, le dije a un muchacho que me fuera a techar los cuartos ya que se estaban cayendo a pedazos, este señor me dijo que si me hacía el trabajo en los techos y quedó de regresar a echar la plantilla, para entonces una de mis hijas ya se había casado y mi yerno se ofreció a ayudar.
Mi hija tenía una niña chiquita como de unos siete meses, mi muchacha Lourdes, traía en brazos a su niña y cuando se acercó a la pared, la niña colocó su manita en un espacio de la pared y cuando esto pasó, se cayó el pedazo de tierra seca, y mi hija vio un bulto rojo dentro del agujero que quedó al caerse el trozo de pared.
Mi hija fue a buscarme al trabajo para que viera eso que había encontrado y efectivamente, en ese trapo amarrado de color rojo, muy bien amarrado, había nueces, hierbas, limones secos; justo enterrado en el lugar donde mi esposo cuando tenía aquellas ataques de locura, se recargaba y empezaba a hablar cosas sin sentido. Recuerdo que no siempre era así, en sus ratos que se sentía bien, se bañaba, se cambiaba, se rasuraba y me decía: “Ahorita vengo voy con Don Ramón o con el Cili”, y yo me quedaba con tanto miedo que le fuera a pasar algo, pero aun así se iba, pero cuando regresaba volvía muy desesperado y en ese rincón hable y hable como loco.
El nunca quería ir al hospital, pero cuando se puso muy malo, me pedía que lo llevara al hospital, así que dejé encargados a mis hijos con una comadre, y la verdad todo se me hacía muy raro, cuando regreso del hospital mi comadre me dijo que todo lo que estaba pasando era muy raro, entonces mi comadre me dijo que había una señora que con sólo ver a la persona le decía que tenía, así que mi comadre y yo quedamos que muy temprano ella saldría a buscar a esa señora y yo la estaría esperando en el hospital, esa mañana que mi marido falleció, la mañana en que me dijeron que ya estaba muerto.
Esto lo platico porque yo sé y creo que existe la maldad, creo que fui víctima de la envidia, porque mucha gente venía y le pedían prestados alguna cosa y a veces ya no regresaba y él siempre me decía: “No tú que te fijas”, muy buena gente que era.
Mi  suegra me dejo las escrituras de su casa, junto con un anillo, tengo como testigo a la mamá del profesor Goyo que estaba aquí cuando me dejó las escrituras y ese anillo, ella alegó que su hijo Leandro, mi marido era el más chico de la casa, que a él le correspondía y que si dejaba sus bienes a otras gentes lo más seguro es que se pusieron a vender.
Yo conviví mucho con mi suegra, me encargué de ella, viví con ella ya que se lesionó de una caída, ella era intendente, le ayudaba en la Jesús P. Valdés, nos poníamos a tejer, muy contentas las dos.
Conmigo mis cuñados hacían lo que les daba su gana, era más chiquilla, y era la de los mandados, pero mi suegra siempre me decía: “no les hagas caso María, ya sabes como son y más estas gentes, no hagas caso”. Hasta el día en que mi suegra falleció, les leí la cartilla a mis cuñados y claramente les dije: “Se acabó a quien yo respetaba y de aquí en adelante me van a respetar, ya no me pienso dejar” porque ellos siempre trataban de burlarse de mí, de hacerme daño, insultarme y pues con el perdón de Dios tenía que defenderme. Y pobres de mis cuñados que mejor Diosito se acordó de ellos, fue así como terminó la guerra entre ellos, sólo una cuñada si reconoció su error y vino a pedirme disculpas, fue la única y los demás mejor fallecieron.
A los siete meses de que fallece mi esposo, nace mi niño; recuerdo mucho que se enfermó mi niño y lo llevé al hospital, duró ocho días internado, haciéndole la lucha pero finamente falleció, y yo siempre sola, no digo que fue fácil, recuerdo mucho que cuando llegamos de sepultar a mi esposo, mis cuñados ya se habían repartido a mis hijos, quien se quedaría con quien, y yo solamente me quedaba seria, una vez que terminaron la repartición de mis hijos hable: “Mis hijos no se van con nadie”, ellos al ver mi reacción decidieron entonces mandarme, cada cierto tiempo, un dinero a lo que nuevamente contesté: “agradezco mucho su oferta, pero a mí se me hace que mis hijos no tendrán necesidad de pedirles un cinco a ustedes, porque yo voy a salir adelante con ellos”.
Yo trabajaba con don Choto Arizpe, desde la mañana muy temprano, hasta las dos tres de la mañana, venía les daba de almorzar, regresaba al trabajo, luego venía a darles de comer y volvía a mi trabajo y por la noche les pedía se encerraran muy bien y por la madrugada regresaba nuevamente con mis niños.
Fíjense nada más, hasta dónde no llegaba la maldad de mis cuñados; hubo un tiempo que llegaba de trabajar tarde y encontraba a los niños muy inquietos, llorando, alegando que veían un viejo en una sábana blanca. Yo llegaba y los niños llorando, era ya muy seguido.
En una ocasión salí temprano del trabajo, llegue a mi casa, me encerré con mis hijos y no dormí toda la noche esperando ver aquel bulto blanco, de repente lo vi cerca del corral enfrente de mi casa, y de repente no lo vi, estaba rodeando la casa; recuerdo que tomé un fierro que tenía mi esposo, lo tenía debajo de la almohada, porque estaba sola, así que salí, y se echó en carrera aquel viejo vestido de blanco, conforme avanzaba entre los matorrales, aventó la sábana y pude darme cuenta que era uno de mis cuñados que venían a asustar a mis niños.
Lo que no entendía era como era posible que siendo su tío, podía asustar a mis hijos más sabiendo que eran sus propios sobrinos, era gente muy ambiciosa y sobre todo muy maldosa, así fue como terminó la aparición del viejo de blanco.
QUINTA PARTE
Tal vez se dice fácil trabajar todo el día y sostener los hijos, pero durante ese tiempo pasé muchas experiencias de regreso a mi trabajo, como ya mencioné yo salía muy tarde de trabajar, y pues mis caminos eran siempre muy oscuros. Una vez venía yo por la Guerrero, en aquel entonces parecía una cueva, debido a los carrizales además no había un solo foco, entonces escuché el ruido de un caballo, yo cargaba un pedazo de varilla de tamaño regular y dos piedras en una redita., esa vez no hallaba por donde venirme, por la cuesta era un caminito chiquito lleno de hierbas y oscuro, además del peligro de un mal cristiano, pues también existía el riesgo de una víbora o un animal, por el cuartel estaba horrible también y por la guerrero pues igual. Total ese día venía yo por la Guerrero, y me alcanzó un hombre de un caballo, sólo Dios sabe quien sería, porque estaba tan oscuro que apenas se distinguía de cerca, cuando escuché las pisadas del caballo me pegué a la orilla de los carrizos, y ahí viene al pasito al pasito, y que se arrima y el hombre me quiso levantar del cabello, y yo lo que hice fue que como pude lo pesqué, para esto yo ya traía una piedra en la mano y logré pegarle en la espalda, sabrá Dios quien sería pero el hombre no pujó sino que hasta como que bramó, el hombre este se fue, no cayó del caballo y seguí mi camino. Dios me perdone pero lo que hice fue defenderme.
Pasé por muchas cosas, pero yo siempre cargaba con mi pedazo de varilla y mis dos piedras, no sé por qué siempre le tuve mucha fe a mi redita con la varilla y las piedras.
Yo llegaba muy tarde porque desde que llegaba lavaba los pañales, luego la ropa, ayudaba en la cocina y total, terminaba a las cinco o seis de la tarde, pero luego pues me pedían que hiciera algunos quilos de tortillas de harina y luego nos quedábamos a ayudarle a la enfermera que cuidaba a Hana, y ellos se iban a reuniones y fiestas y hasta que llegaban.
Yo trabajé hasta que comencé a tener problemas con mis manos, un día llegué al trabajo y intenté lavar y no pude, las manos me dolían como que me ardían, duré siete meses muy mal de mis manos al punto de que me escurría sangre de mis dedos, así que tuve que entregar el trabajo ya que me era imposible trabajar.
Siete meses sufriendo con mis manos, fui al seguro, me dieron medicamente y nada que me componía, hasta que una prima me dijo que eso ya era muy raro, la medicina no me hacia efecto y pues ella me recomendó que fuera con don Juanito, un señor que curaba con puras hierbitas, que vivía en un ranchito. _Es muy bueno_ me dijo _Doña Rosita va a ir que ella te lleve, si no tienes para ir yo te doy_ Le dije mira si tengo para ir, pero si el señor cobra algo pos de dónde, dijo _No no cobra, tiene un altarcito y ahí nada mas le echas dos tres pesos él no dice nada ni se fija, pero ese señor ha curado mucha gente, incluso esa señora ya no le daban esperanzas que tenía una infección en la sangre y fue con ese señor, cuando regresó al seguro, que ya no tenía nada que ya estaba bien y va a ir a darle las gracias a Don Juanito, y Doña Rosy me llevó.
El remedio para mi enfermedad fueron tres hilitos, ese día que fui con él me puso un hilito blanco en las manos me dijo que lo apretara, y luego me recetó tres hilos, que hiciera pulseritas para amarrarme en los dedos una cebolla tatemada en el comal, amarradas con los hilitos, también con los mismos hilitos haría una pulserita y me la pondría en la mano izquierda.
Cuando comencé con el tratamiento de los hilitos, se me comenzó a caer la carne y yo lloraba y le pedía a Dios; _Que voy hacer, ver mis niños y pues gracias a Dios que tenía mandado para darles a mis hijos pero yo aun así decía que voy hacer, si se me acaba el mandado que tengo en el cuarto y le pedía mucho a Dios que mis manos sanaran para seguir trabajando.
Y con el tiempo comencé a ver que me salía carne nueva y en quince días yo ya tenía mis manos completas, era algo increíble porque tenía siete meses con doctor y no me componía y luego de repente con un remedio mis manos como nuevas, entonces del gusto y la alegría además de dar muchas gracias a Dios, también fui a agradecerle a este señor por haberme curado.
Estoy casi segura que ese problema de mis manos también fue otra maldad de la gente, recuerdo que don Juanito me decía, que no tuviera confianza en mi casa, porque esa gente lo que quería era verme pidiendo limosna, cosa que Dios no les concedió, porque mi fe siempre fue muy fuerte.
Siempre le pedía a Dios fuerzas para trabajar, para ver a mis hijos crecidos, para poder de perdido dejarlos grandes que se puedan defender, así que todo está en la fe, en una fe completa, pedir con devoción, estar consientes de que la respuesta de Dios no es rápida, que siempre nos escucha y que la fe no se debe de perder nunca.

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