PROPÓSITO DE NUESTRO PROGRAMA

GENERAR UN ESPACIO DE AUTOANÁLISIS, REFELXIÓN, TERAPIA Y CATARSIS A QUIENES ARAVIESAN POR SITUACIONES PROBLEMÁTICAS MUY PARTICULARES Y PRESENTAN DIFICULTAD PARA CONFIAR EN ALGUIEN SUS NECESIDADES PARA ENCONTRAR UNA SOLUCIÓN A LO QUE LE SUCEDE.

sábado, 3 de diciembre de 2011

Historia de una muerte cualquiera



Historia de una muerte cualquiera

Me contaron que Luis García Silva murió una fría noche de abril a sus 55 años. Tenía los ojos abiertos de tanto soñar y las comisuras enrojecidas por el llanto. Su corazón, dijeron, lo había traicionado de repente en el cuarto de una vecindad olor a excremento, sudor y orines.



En el lugar había botellas de cerveza, sotol y dos o tres libros despastados.

Lo acompañaba un joven desvelado que sentado en una silla de madera jamás dejó de pensar que El Pajarito, como le decían, iba a incorporarse, pedir la silla de ruedas y tirar dos o tres jabs al costal de golpeo y mitigar el cansancio y la soledad que lo acompañaban como una sombra en cualquier cervecería del centro de la ciudad.



No fue así. Dejó de respirar; el muchacho no paró de llorar.



Luis García soñaba con sacar un campeón mundial de box hurgando en los escombros de los barrios marginales de la ciudad: sólo obtuvo rechazo y burlas de sus contemporáneos a la hora en que la espuma de la cerveza se confundía con la   saliva que escurrían en las arcadas mientras mujeres desdentadas tranquilizaban el momento en algún antro maltrecho.



Vivió acelerado de estado en estado, estudió dirección teatral en la sala Xavier Villaurrutia del INBA bajo la tutela de Emilio Carballido, escribió una novela a mano que jamás publicó tirando los pedazos rotos en las aguas del Nazas; Se

casó en Mazatlán Sinaloa y tuvo una hija de la cual ya no volvió a saber cuando era apenas una niña.



“Era de ojos bonitos, verdes, ya no volví a saber de ella”, platicaba constantemente mientras vendaba las manos apretando los nudillos.



Su esposa lo dejó por enamorado, explicaba.



Fue director técnico de un equipo de futbol: Ángeles de San Pedro y alumno destacado del boxeador Sigfrido Rodríguez, quien peleó contra campeones mundiales como Alexis Arguello, Ricardo Arredondo, y Alfredo “El Salcedo” Escalera, juntos entrenaron muchos jóvenes forjando historias en la zona de tolerancia de Torreón.



Se enamoró en más de una ocasión de las bellezas del barrio, brindando a su salud recitando fragmentos de Hemingway, Hesse, Tolstoi, Dostoievsky. Por quién doblan las campanas lo hacía sonreír. Y soñar.



Soñaba mucho, soñaba mundos mejores, Soñaba con un cielo azul arriba de un gimnasio.



La calle de las prostitutas conocía sus pasos, después la rodada de su silla cuando perdió la movilidad de sus piernas consecuencia de una caída en bicicleta; la calle esa vitoreaba sus piropos elegantes en el arrabal.



Casi al final de su vida lo vieron pedir limosna afuera de una farmacia: flaco, demacrado y con la vista nublada. La muerte le respiraba en la nuca y le coqueteaba en las esquinas con escote y liguero.



El rumor de su muerte fue apenas un susurro ululando en las ventiscas heladas del verano, estación que él añoraba cuando los atardeceres rojizos sangraban en su natal Comarca olor a cerveza y tierra mojada.

Dicen que su tumba yace en un panteón a la salida de la ciudad, la familia que abandonó por estar al lado de los jóvenes del barrio solventó un ataúd caro y un funeral elegante, que, estoy seguro, él hubiera despreciado prefiriendo la nostalgia de un cementerio municipal con sepulcros de tierra, cruces de madera y llanto sincero.



Pienso en estos momentos en el ataúd y contadas lágrimas rodando en mejillas manchadas por el polvo de esa tarde de sábado. Según me contaron había una joven hermosa en el entierro, su hija, quien presenciaba un luto propio, interno, de una persona desconocida que la añoró hasta el respiro final.



Javier, un viejo loco, alcohólico y maltratado por el tiempo fue durante sus últimos años su guía. Lo cuidaba, cruzaban juntos la oscuridad fragmentada por destellos de sirenas y colores chillones tarareando tangos de Gardel. Javier nunca se emborrachaba de más, tomaba lo necesario para no perder el juicio y llevarlo de regreso a su cuarto.



En la soledad del cuarto alguna vez me confió- no paraba de beber botellas de mezcal. Estúpidamente hasta su madre lloraba recordando a su hija perdida, pensando seriamente en qué iba a comer el día de mañana o si un buen amigo le obsequiaría un taco. Siempre despedía dando bendiciones, siempre alguna luz iluminaba sus calles umbrías.



A sus alumnos les enseñaba respeto, explicaba que todos éramos una hermandad. Sabía inyectar confianza ciega y valor espartano. Aconsejaba ser un lobo estepario: un guerrero, él lo fue. Lo venció un dolor clavado en ese corazón cansado de tanto amar.



Dicen que se despidió en las calles diciendo: Ya me voy.



Una tarde decidí recordarlo: platiqué con las mujeres de la cantina, acaricié a los perros de la plaza y departí con los vagabundos del centro para que me gritaran lo que él fue.



No hallé mucho, encontré nada.



Cuando moría la tarde decidí marcar un teléfono desde una caseta de la alameda. En un local de comida rápida vi a Javier trabajando de ayudante, caí a cuento que tenía dos años sin verlo, estaba igual. Inmediatamente lo imaginé llorando por las calles, solitario con su infancia sorbiendo mocos aguados. Me identificó.



Estrechamos manos, nos preguntamos sobre la misma persona y un aire helado se llevó los rastros acuosos que amenazaban con salir. Decidimos surcar las calles, dominarlas hasta sentirnos dueños de la acera y blasfemar en las barras de madera de las cervecerías.



A una hora ebria Javier despachó a una mujer robusta que lo acompañaba. Ella conocía a Luis García como un buen amigo que la trepaba en la silla de ruedas y la desnudaba a cambio de unas cervezas. Ella nos dio un regalo esa noche.



Se alejó sacando monedas del bolsito rojo incrustado en el sostén. Perdió la vista en la pantalla de la rockola y programó canciones de Gardel. Ya no había nadie en la barra, sólo mujeres perezosas contando el dinero de la jornada.



Adiós, muchachos, ya me voy y me resigno, contra el destino nadie la calla. Se terminaron para mí todas las farras. Mi cuerpo enfermo no resiste más.



Javier cerró los ojos: dio un trago, dos, trató de dar el tercero y su baba salió lentamente. Pasó las manos sobre la mesa, agachó la cabeza, apretó los dientes mostrando las encías.



Y lloró.

TE AMO, ME AMO



Te amo, me amo

Esta era una niña que soñaba con ser grande, y pasaba sus días jugando a ser reina, a ser modelo, a ser esposa.

La niña creció entre la escuela y la lectura de novelas rosas, de donde obtuvo la imagen del hombre ideal. Y pensaba que algún día encontraría ese hombre de sus sueños, de sus emociones y de su inspiración.

Pasó el tiempo y se convirtió en adulta, conoció varios jóvenes pero no se asemejaban al hombre de sus sueños, entonces no se daba la oportunidad de salir o de tratarlos ¿para qué? Un día conoció a alguien que le pareció adecuado para insertarlo en su concepto del hombre ideal y así lo hizo; se enamoró se casó y vivió muchos años dedicada a él. Pero algo en la historia no encajaba, él no estaba con ella, no era el cuento de hadas que ella había soñado y empezó a ser infeliz. El hombre le decía que la amaba pero que no podía estar con ella. Él prefería estar con otras personas por lo que ella se empezó a sentir inferior, desconsolada y despreciada.

Al fin un día se armó de valor y dio fin a esa relación. Al poco tiempo conoció a alguien, no podía creerlo, ¿era acaso el hombre de sus sueños? Sí, era un hombre maravilloso, lleno de virtudes y de cualidades, con apenas unos pocos defectos. El aprecio fue mutuo y poco a poco fue creciendo una relación de unión y esperanza. Pero ella empezó a escuchar que él le decía que estaba con ella pero nunca sería para ella. No entendía, eran el uno para el otro. Y empezó a buscar respuestas en él, y estas siempre fueron las mismas, -estoy aquí pero no te prometo nada, no soy para ti-.

Ella empezó a pedirle más para saber qué significaba todo eso, hasta dónde sí y hasta dónde no. Y él se alejó… Ella sufrió mucho, lloraba, y sintiéndose rechazada se comparaba con otras, y se preguntaba si no era lo suficientemente buena para alguien, para un hombre, para una pareja. Y buscó y buscó respuestas en libros, en amigas y amigos, en conocidos, en filosofías. ¿Acaso la felicidad en pareja no existe?

Empezó a salir, a conocer gente diferente, a tratar de conocer más hombres, pero ninguno valía la pena ni siquiera para dejarlo que se acercara y estar al tanto; ella ya conocía al hombre de sus sueños, y lo amaba... Quiso cambiar, quiso ser diferente, quiso ser mala jajaja. Pero se dio cuenta que le gustaba ser buena y que al final de todo eso es una virtud.

Un día, una amiga, casi hermana, le dijo: -deja de buscar afuera, busca adentro-. Al principio no entendió, pero algo le decía la frase tantas veces leída. Y al fin, un día por fin supo de qué se trataba... Viéndose a los ojos en el espejo, descubrió que ella era una mujer maravillosa; que era la mujer ideal, la mujer de sus sueños; que era ella quien la había sacado de la desesperación y la devaluación; que era una mujer que se conocía todos sus defectos y debilidades y que igual se amaba, se reconocía y se aceptaba; que era la persona que ingresaba dinero en su cuenta bancaria y se pagaba sus gustos y necesidades; que era una mujer exitosa; que era lo que ella siempre había buscado.

Entonces se dio cuenta de que ella era la pareja ideal, que la tenía a ella y que siempre estaría con ella; y que era con quién quería estar por el resto de sus días; que era sólo ella la protagonista de sus sueños, de sus emociones y de su inspiración, por siempre jamás...                               

jueves, 24 de noviembre de 2011


PASAJES DE MI VIDA
Soy Mariana, soy enfermera y ahora ya una Mujer adulta me arriesgo a platicar algo que nadie sabe, porque siento vergüenza por platicar algo que no puedo comprobar pero que sí es cierto.
     Cómo empezar a contar, a veces es difícil, porque recordar momentos agradables o no, cuesta, y duele.
     En ocasiones cuando pensamos, reflexionamos o simplemente recordamos algo de lo que hemos vivido; pareciera que somos los únicos a quienes nos pasan cosas, sin embargo, compartir, platicar algunas cosas de nuestra vida personal o familiar nos dan la oportunidad de comparar nuestras historias con otras y  encontrar parecidos y saber que no estamos solos en nuestros pensamientos o alegrías.
     Algunas personas prefieren guardar lo que les pasa porque piensan que van a ser criticadas o que se burlarán de ellas  y hasta de que se les considere de mentirosas. Los que tenemos experiencias parecidas vemos fortalecidos y con la posibilidad de superar esas experiencias y animarnos a platicarlas a quien tenga el interés y el tiempo para oírnos.
     Los momentos que más se repiten que vienen a mi mente son las de cuando era niña; las que pienso que no son muy comunes principalmente lo que me ha pasado a mí porque nunca he sabido explicármelas; menos cuando han tenido parecido con otras experiencias de mi vida adulta.
     Quien lea esto, por primera vez se enterará que:
     Allá como cuando tenía once años empecé a tener encuentros con Jesús, -si no es que antes y no me di cuenta- de lo que pienso no estar equivocada y es que con frecuencia tenía la fortuna de encontrarme con señales de que Él me llamaba a caminar a su lado; pero hasta ahora me da vergüenza contarlo porque pueden parecer mentiras o imaginaciones, pero yo sé que a otras personas les habrá pasado lo mismo e igual que a mí, ahora que escribo esto me gana la emoción y mis ojos se llenan de lágrimas cuando me acuerdo.
     Una vez, iba para la escuela primaria, estaba como en quinto o sexto grado, no sé qué iba pensando, pero cargaba mi morral lleno de cuadernos gustosa por lo que iba a aprender esa mañana; iba sola caminando por la calle 5 de Mayo, a lo mejor llevaba mi cabeza algo agachada, no buscaba nada que estuviera tirado, ni me cuidaba de trompezar aunque por aquellos años la calle no contaba con el pavimento que ahora tiene.
     Quiero platicar que hay cosas que tengo muy presentes y esa ocasión precisamente caminando frente a las casas donde vivían las familias de Don Cuco Rodríguez y de Don Pedro Rodríguez; q.e.p.d. ambos (coincidencias) me sorprendí cómo pude ver algo que apenas sobresalía entre las piedras y el polvo de la calle; era una cosa llena de tierra, lo que de pronto no sabía qué cosa era; lo agarré en mi mano y con más curiosidad que interés traté de limpiarlo, pero la tierra estaba muy pegada y preferí guardarla en la bolsa de mi suéter y seguir mi camino a la escuela.
     Al salir de la escuela, cuando llegué a mi casa le comenté a mi mamá lo que había encontrado y ya ahí, limpié aquel objeto, era una especie de medalla como de lámina la que estaba algo oxidada no tenía restos de haber estado pintada, pero era la imagen de alguna virgen que no recuerdo precisamente quien era, pero según me acuerdo pudiera haber sido: la Virgen del Perpetuo Socorro, la Virgen del Sagrado Corazón o la Virgen del Refugio; porque tenía un niño en brazos. No me recuerdo más, a lo mejor por mi poco interés en ese hallazgo provocó que lo perdiera y jamás me di cuenta dónde quedó, y ahora que soy un poco más consciente de las cosas quisiera tenerla para verla detenidamente y saber realmente de qué imagen se trataba pero eso será imposible.
Algo parecido.
     Poco tiempo después, no sé cuánto, y nuevamente camino a la escuela un día por la tarde, por la misma calle 5 de Mayo y casi en el mismo punto pero unos metros más al poniente; frente a la casa de Don Lupe Rodríguez (coincidencia?) igualmente, casi tapado por la tierra y las piedras de la calle descubrí un pedacito de metal; con algún objeto, a lo mejor con una piedra, empecé a descubrirlo y ¡oh, sorpresa! era un crucifijo de fierro formado por dos barritas redondas color blanco que sostenían fuertemente la figura de JESÚS. Con emoción lo guardé en mi morral y nuevamente a la salida de la escuela y llegando a casa le platiqué a mi mamá lo ocurrido, no recuerdo qué me comentó, pero lo que sí recuerdo es que busqué un cordón de aquél que se fabricaba en la fábrica y que creo ya no se elabora; me hice un collar y durante mucho tiempo traje el crucifijo en mi cuello a la mejor más por el gusto de haberlo encontrado que por lo que realmente representaba; aunque ya en la secundaria lo cargaba con fe y esperando me ayudara y nos ayudara que todo siguiera bien en la familia y en la escuela; quiero platicar que aquel crucifijo estaba de regular tamaño, no era un crucifijo pequeño.
    Después de algunos años no supe el destino de mi encuentro con Jesús Crucificado, no supe dónde quedó mi crucifijo, aunque recuerdo que por algún tiempo estuvo en el altar que mi madre siempre tenía instalado.
     Muchos años después, ya de edad adulta, y quizá por el recuerdo de aquel mi crucifijo de fierro, me colgué en el cuello un crucifijo grande de madera, más grande que el que me había encontrado porque quizá tenía entre 10 y 15 cm. de alto, si no es que más, pero mi necesidad de contar con la protección de Dios era mucho mayor, pues por necesidades familiares ya andaba lejos de mi casa me preocupaba demasiado que siempre estuviera todo bien, eso me dio mucha seguridad y tranquilidad de tal manera que andando tan lejos y viviendo experiencias que me inquietaban; un día dejé todos mis planes en manos de Dios pidiéndole que Él hiciera lo que era mejor para todos y así encontré mayor paz y tranquilidad en mi vida

     Otra experiencia con Jesús.
     Parece mentira, las cosas que me pasaron son tan ciertas como que ahora las estoy platicando.
     Cierta tarde de no sé qué día, mes o año; era yo una adolescente, me encontraba junto a la ventana de una de las habitaciones de la casa de mis papás, por la calle, y platicaba con una de mis hermanas. Eran como las tres o cuatro de la tarde, la plática era interesante, y además con una de mis hermanas. El sol me pegaba de lleno en la espalda y de vez en cuando me movía para evitar un poco sus rayos tan fuertes, tanto como mi resistencia a continuar ahí soportando la intensidad del sol, pero el tema era algo que no me podía perder y aunque el cielo estaba completamente desnublado, pues ni la más leve nube formada por un hilillo se cruzaba en el cielo que formaba una manta celeste extraordinaria, con un azul que quizá por la energía solar o sus quemantes rayos que en esos momentos se sentían, hacía que el azul del cielo fuera más fuerte
     Sólo Dios sabe el motivo de nuestras experiencias, pero en cierto momento de la conversación, giré mi cuerpo hacia el lado contrario y me sorprendí al encontrarme en lo alto del cielo, con una imagen que todavía permanece en mi mente, pues a lo lejos y enmarcado por ese maravilloso azul estaba un hermoso corazón y en la parte superior de él una cruz; todo formado por una nube que yo no sé de dónde apareció puesto que nada señalaba que el cielo contara con la presencia de humedad y la formación de nubes era imposible.
     Sin embargo ahí estaba la imagen: clara, perfecta: el corazón y una cruz formados por una nube salida de no sé de dónde pero que nomás Dios podía crear en esos momentos y en las condiciones en las que se encontraba el cielo.
     Hasta ahora estos tres “encuentros” no he sabido descifrarlos quizá en su momento no puse atención o mi pequeñez no me ayudó a entender el mensaje que encierran.
     Finalmente quiero decir que son tan ciertos como que Jesús está vivo y que Dios existe.
     Otro día les platico otras cosas que me han pasado pero que hasta yo que las he pasado me parece que son mentiras pero un día se las platicaré.
     Dispensen por lo que escribo pero si es cierto.
     Muchas gracias soy Mariana